Recuerdos de oficina
- LaNinfaDelAgua

- 20 sept 2021
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 16 abr
Esta mañana ha comenzado como cualquier otra: café corto de leche, dos galletas de canela y una onza de chocolate negro puro.
Con el placer del sabor amargo aún en los labios, el contraste mentolado me ha devuelto a la realidad.
Rímel, bolso, chaqueta y móvil cargado de música para el trayecto hacia la monótona vida de una persona normal y adaptada a la sociedad.
Ensordecida por los cascos a todo volumen, he visto pasar —como cada día— a la mujer sonriente que arruga el billete de tren con nerviosismo, como si así calmara a sus demonios internos.
Al señor canoso, con bigote ochentero y gabardina, recién salido de la mejor novela de detectives.
También al chico bajito y tímido, incapaz de mirarme a los ojos.
Y a la chica del carrito de bebé, que lo observa embobada, mientras quien parece ser su pareja mira el móvil, casi más embobado aún.
Silencio.
Mierda, me había quedado dormida.
Suerte que el hombre del maletín quería bajarse en mi parada y me ha dado un golpazo en la cara que me ha despertado.
Bajamos todos como máquinas programadas para mantener vivo el sistema capitalista, y subimos autómatas por las escaleras.
Yo, una vez más, no uso las mecánicas.
No por mantenerme en forma, sino por mantener la sensación de que estoy viva.
De que soy yo la que elige la velocidad de subida y bajada.
De que tengo el control.
¿A quién quiero engañar...? El destino es el mismo.
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