El chico de bar II

-¿Quieres que siga? Me preguntó agarrando mis tobillos con sus manos.

Dije que si y un pequeño gemido se escapó de mi garganta. Mientras seguía sujetando firme mi tobillo izquierdo, empezó a subir su mano por la cara interna de mi pierna. Acaricio cada parte de ella suavemente, aunque podía notar aspereza en sus manos.

Su piel era dura, y ese contraste de sensaciones, estaba haciendo que mi clítoris palpitase como si tuviera vida propia.

Separo mis piernas y me respiro, literalmente.

Notaba el calor de su aliento y deseaba que hundiera su lengua en mi pero no lo hizo.

Me dio la vuelta y me coloco reposando mi vientre contra la cama con los pies apoyados en el suelo y mi cara en el colchón. Cogió mis manos por detrás de mi espalda y me dijo que no me moviese.

Comenzó a atarlas, y por el tacto del tejido supe que lo estaba haciendo con el tanga que dejé en su bolsillo. En ese momento era suya.

El incendio de sus grandes manos agarrando mi culo se apoderó de mi mente. Llenó sus manos de algún tipo de aceite o lubricante que olía a naranja y canela, y comenzó a acariciarme entre las nalgas. Las apretaba fuerte, luego aflojaba y volvía a acariciar. Esto hacía que el flujo de sangre se centrase en esa zona, poniéndola caliente y sensible. Notaba cómo el aceite goteaba hacia mi sexo, no podía más.

Comenzó a besar mi espalda sin soltarme las manos, estaba totalmente expuesta y me encantaba. Se acercó a mi cuello y recogió mi pelo con su mano hacia el lateral para poder lamer bien la zona de mi clavícula. Succionaba, mordía y arañaba con sus dientes, subiendo y bajando desde el hombro hasta la oreja.

-¿Cuánto tiempo crees que vas a poder aguantar esto? Susurro en mi oído y mi piel volvió a erizarse.

Uf la verdad, pensé que no aguantaría. Las sensaciones estaban siendo muy intensas y con el mismo roce de mi pubis contra el borde de la cama, podría haberme corrido, pero conseguí mirarle a los ojos y le respondí:

¿Cuánto vas a aguantar tú?